Al noroeste de la provincia de Murcia se emplaza la localidad de Caravaca de la Cruz. Entre su caserío, que se extiende en torno a un castillo, se encuentran bellas muestras del Renacimiento murciano. La zona en la que se asienta Caravaca ya estuvo habitada por las culturas argárica, íbera y romana, pero los orígenes de su estructura urbana hay que buscarlos durante la dominación árabe. Tras la Reconquista, estos territorios pasaron a ser gobernados por la Orden del Temple y más tarde por la de Santiago. En esta época, durante los siglos XVI y XVII, Caravaca vivió su máximo esplendor ya que se convierte en el centro político de un vasto territorio. Así, esta población nos muestra un numeroso catálogo monumental fruto de su importancia histórica. Una de las piezas principales es el castillo que se alza sobre el trazado urbano de Caravaca. De origen musulmán, fue ampliado en el siglo XV por la Encomienda de los Templarios y más tarde pasó a la Orden de Santiago. Catorce torreones custodian al Santuario de la Santísima y Vera Cruz, que se levantó en su centro en el siglo XVII. La portada, que se añadió un siglo más tarde, es de traza barroca. El conjunto es Monumento Histórico Artístico y alberga en su interior el Museo de Arte Sacro e Historia. Una de las construcciones religiosas consideradas obra cumbre del Renacimiento murciano se encuentra en Caravaca. Se trata de la iglesia del Salvador, que ha sido declarada Monumento Histórico Artístico. Completan el recorrido cultural la iglesia de la Soledad, hoy Museo Arqueológico; el convento de los carmelitas, fundado por San Juan de la Cruz; y la Purísima Concepción, edificada en el siglo XVI sobre la antigua iglesia de la Cofradía Hospitalaria de San Juan de Letrán. De factura renacentista, en su interior conserva bellos artesonados mudéjares y retablos barrocos.
Caravaca de la Cruz es, además, la quinta ciudad en la que se puede celebrar un Año Santo (Año Jubilar) de la religión católica junto a Santiago de Compostela, Santo Toribio de Liébana, Roma y Jerusalén. Así, en esta localidad se celebra el Año Santo cada siete años y se puede obtener el jubileo, indulgencia plenaria, solemne y universal.
HISTORIA DE LA CRUZ DE CARAVACA
Desde la Edad Media se la conoce con el nombre específico de la Vera Cruz de Caravaca, en clara relación a la verdadera cruz en la que Cristo fue crucificado.
Hacia el año 326, la emperatriz Helena de Constantinopla, madre del emperador Constantino I, se interesó por encontrar el Santo Sepulcro, así como la cruz en la que Jesucristo había muerto. Tras su búsqueda incansable, se dice que un piadoso judío llamado Quirino le facilitó la ubicación, construyendo en este lugar la Basílica del Santo Sepulcro, principal lugar de peregrinación en Jerusalén hoy día.
Tras esta construcción se estableció un cabildo de Canónigos encargados de la conservación del lugar, si bien tras una penosa subsistencia, luego de la conquista de Jerusalén por los cruzados en 1099 se creó la Orden del Santo Sepulcro de Jerusalén, como la Orden de caballería, religiosa y militar más antigua del mundo. Creada a fin de proteger el Santo Sepulcro, comenzó como una confraternidad mixta clerical y laica de peregrinos, en la que chocaba que los religiosos empuñaran las armas. Con los años, estos caballeros llegaron a ser nobles de ilustres familias europeas debido al prestigio que suponía defender estos bienes. Años después, hacia 1118 se creó la Orden de los Caballeros del Temple, con la finalidad principal de proteger a los peregrinos en su camino hacia Jerusalén.
Hacia el año 1187 el sultán de Egipto Saladino infringió una gran derrota a los cruzados, pasando a gobernar Jerusalén y convirtiéndola en este momento en una especie de ciudad libre para el peregrinaje, pudiendo permanecer los caballeros templarios hasta 1244 que se retiran definitivamente.
Cuenta la historia de Caravaca, que el día 3 de Mayo de 1231, la Santa y Vera Cruz, bajó del cielo llevada por unos ángeles para que un sacerdote, Ginés Pérez de Chirinos, preso por el rey musulmán Ceyt-Abuceyt, pudiera celebrar Misa. Es por ello que desde esta fecha se encuentra en Caravaca, siendo objeto de culto y de veneración por los peregrinos que continuaron a lo largo de los siglos llegando al lugar.
Parece también posible la historia que narra que tras la salida de los cristianos de Tierra Santa y debido a las dificultades de seguir escondiendo estas reliquias, entre los años 1187 y 1244 los Caballeros Templarios fueron trasladando estos tesoros religiosos a lugares que se encontraban bajo su custodia, dada su facilidad de movimiento a lo largo de los caminos de peregrinaje por la importancia que habían adquirido, y el gran número de templos que en estos tiempos custodiaban.
Hoy en día, hay gran cantidad de fragmentos de la Vera Cruz dispersos en muchos lugares del mundo, por lo que es difícil precisar si se corresponden todas ellas a la reliquia hallada por Helena. Una de los trazos más grandes se encuentra en la Abadía de Heiligrenkreuz (Austria), aunque también existen restos de considerables dimensiones en la Basílica de la Santa Cruz de Jerusalén (Roma), París o Santo Toribio de Liébana (el trozo más grande de España).
Lo que podemos observar en Caravaca es por tanto un “lignum crucis”, un fragmento de la Verdadera Cruz. Se trata de una cruz oriental, de las que se denominan patriarcales, compuestas de un pie y dos travesaños paralelos y desiguales que forman cuatro brazos. El segundo travesaño de la cruz representa el titulus crucis, que Poncio Pilato hizo poner sobre la cruz de Cristo: Jesús de Nazaret, Rey de los judíos (INRI).
El amuleto de la cruz de Caravaca representa esta cruz patriarcal con la imagen de Jesucristo en su centro. En su base los arcángeles San Miguel y San Gabriel sostienen la cruz desde su base, y confieren a este amuleto un gran poder de protección hacia todo tipo de males.
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